sábado, 25 de abril de 2009

Mejor teatro, mejor persona

Reflexionando sobre si realmente quiero ser médium y por qué, encuentro que es afirmativa la primera respuesta y contundente la segunda. ¿Por qué quiero dedicarle al teatro parte de mi vida? Trataré de ordenar los pensamientos que me inundan, para poder escribir una respuesta ordenada.

Encuentro que el teatro exige disciplina, orden, dedicación, coherencia, veracidad, profesionalismo. El teatro exige puntualidad y respeto al compañero. El teatro demanda conciencia social e individual. El teatro no es ajeno a las circunstancias de la sociedad. El teatro exige estar conciente de ellas y ser agente de cambio: actuar. Actuar para que el espectador no solo reciba un mensaje sino lo transforme y actúe sobre la base de él logrando el cambio que se desea. Lo anterior define para mí al actor como una persona que quiera “ser mejor que sí misma para beneficio de los demás”.

Yo encuentro la definición anterior bastante concreta y accionable. Comulgo con ella. “Los demás” tiene un significado directo para mí: mi familia. Partiendo de ese núcleo social, puedo luego lograr accionar sobre mis amigos, mi entorno, mi sociedad.

Pero además, el teatro me exige como individuo cosas muy concretas, que también terminan con la construcción de una mejor persona, un mejor “yo”. Entre esas cosas concretas recuerdo en este momento:

  • Cuerpo. El instrumento por excelencia del actor es el cuerpo. Es en él y a través de él que se manifiestan los personajes. Para lograr un buen personaje la exigencia no es trivial. Así como la plastilina debe ser maleable para construir con éxito variadas formas, el cuerpo del actor debe ser flexible para responder a las exigencias de ese espíritu que demanda manifestarse a través de él. Dentro de las posibilidades de cada uno, se ha de lograr flexibilidad y capacidad física para ello. El personaje debe poder usar movimientos distintos de los característicos del actor como persona. Además, el cuerpo es punto de partida para la palabra y, también, para la improvisación.
  • Voz. Pude haber puesto que este es el instrumento por excelencia del actor, pero no lo creo así. La voz es una extremidad más del cuerpo, un miembro más, como lo son los brazos y las piernas (1). La voz no se separa del cuerpo sino que nace de él. No podemos lograr una “buena” voz sino partimos desde el “centro de fuerza” del cuerpo, lo activamos, y lo tomamos como punto de partida (2). “Buena” voz significa una voz maleable, moldeable, capaz de adaptarse a lo que el personaje pide, y capaz de llenar el espacio y el auditorio necesario, con el volumen y la claridad necesaria, sin desgastarse en el intento.
  • Palabra. ¿Pero acaso no acabamos de hablar de la voz? ¿Por qué hablar específicamente de la palabra? Porque si no hay conciencia de la palabra que se dice, se corre el riesgo de no ser más que un buen altoparlante, un reproductor de audio que se hace oír pero no se escuchar. El manejo de la palabra, por tanto, es fundamental y no nace sino del reconocimiento de cada letra que sirve para construir una palabra. Reconocidas las letras, toca reconocer la palabra como un todo mayor a la suma de sus partes, entender claramente su significado y su razón de ser. Las palabras se juntan en frases que, nuevamente, en una sinergia liderada por el escritor, lleva un significado mayor que, junto con las demás frases del texto, permiten entregar eficazmente el mensaje de la obra (3).
  • Conciencia de uno mismo. En el escenario físicamente uno no puede ver lo que el espectador ve, pero debe poder sentirlo. Uno debe ser capaz de saber cómo está ubicado espacialmente en el escenario en relación a los demás actores aún cuando no los vea, y debe ser conciente de cada una de las partes de su cuerpo: dónde y cómo están sus dedos, manos, brazos pies, piernas, cabeza, etc. pues ellas están transmitiendo mensajes al público (4). Pero adicionalmente uno debe tener conciencia también de cómo suenan sus palabras pues no debe notarse que el actor está diciendo un texto de memoria sino más bien este texto debe sonar fresco, como si el actor lo estuviera inventando en ese momento.  Para lograr esa frescura, ayuda tener esta conciencia de uno mismo alerta en cada momento de la vida diaria pues todos los días uno se comunica alegre, molesto, apesadumbrado, etc. y transmite naturalmente, sin esfuerzo, esas emociones a su interlocutor. Eso mismo debe lograr el actor con el público. Aprender de la manera de hablar que usa uno en la vida diaria sirve no para remedar la entonación, sino para buscar la coherencia entre el sentimiento y la voz, coherencia que podemos llamar “organicidad” (5).
  • Estudio. Es irresponsable intentar construir edificios sin haber estudiado. Es irresponsable intentar curar enfermedades sin haber estudiado. Es irresponsable intentar hacer un personaje sin haber estudiado. Hay un deber que adquiere el actor para con el público, para con su sociedad; deber adquirido por el solo hecho de ser actor y querer llamar a la acción a través de su personaje. Lo dicen internacionalmente Augusto Boal y nacionalmente Celeste Viale en sendos mensajes por el Día Mundial del Teatro 2009 y, por ahora, no encuentro nada que añadir:

“Una de las principales funciones de nuestro arte es hacer conscientes esos espectáculos de la vida diaria donde los actores son los propios espectadores y el escenario es la platea y la platea, escenario.”
”[…] Actores somos todos nosotros, el ciudadano no es aquel que vive en sociedad: ¡es aquel que la transforma!”

Augusto Boal
27 de marzo de 2009

“El Teatro, a pesar de las predicciones que le auguraban el coma o la muerte, sigue en pie, junto a hombres y mujeres, para registrar las miserias y transformarlas; para que el mundo que hemos construido sea más fácil de soportar y entender y en ello, darnos la posibilidad de redimirnos. La memoria, la reflexión y el rescate de lo humano son tres virtudes que el Teatro puede ostentar en medio de la realidad que nos abate”

Celeste Viale, “La Persistencia del Teatro”
27 de marzo de 2009
 

Por lo expuesto,  estoy convencido de que dedicarme al teatro es dedicarme a ser mejor persona. Sin embargo, creo también que es una calle de dos vías. Si el teatro me hace mejor persona, es justo que como persona trate de hacer mejor teatro. Es lo menos que puedo hacer por él en sincero agradecimiento.

 

(1) Esto lo aprendí de María del Pilar Núñez en un breve taller de voz que estudié en “Cuatro Tablas” a fines de 1998.
(2) Marco Otoya, Aranwa Teatro, Lima 2009.
(3) Jorge Chiarella Krüger, Aranwa Teatro, Lima 2009. Jorge Chiarella aparece desde la primera publicación de este blog bajo el nombre de Coco, y lo seguiré citando así merced al cariño y amistad que me inspira, salvo cuando la ocasión amerite mayor “formalidad”. No es falta de respeto, ni falta de reconocimiento. Muy por el contrario, este blog no existiría ni tendría ningún contenido sino fuera por el efecto que sus enseñanzas en pocas semanas han tenido en mí (y aún no soy, ni de lejos, un buen alumno). Es más, al maestro Coco este blog le debe hasta su título, y su autor, mucho más.
(4) José Ruiz Subauste, Aranwa Teatro, Lima 2009.
(5) Organicidad es mucho más que esa definición. Por ahora dejémoslo así.

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